sábado, 25 de marzo de 2017

Recónditos galardones…



Nacer y adquirir conocimiento para luego ser galardonado con un pergamino que incluye la firma de un gigante y que viene escrita con pluma de una tinta muy fría. A modo golpe seco de caucho, madera y sello. El siguiente, por favor.


Gigantes de esas mismas firmas que también son dueños y señores de las aspirinas que deciden la dulzura que comemos, lo que sembrar y lo que nos cura. Y mientras, las dudas del pequeño agricultor que investiga de sol a sol sobre cómo llevar pan y trabajo a la casa vecina.

Dejar de creer lo que un título dice de ti para poder empezar a creerse quien uno es o ha sido. Aprender a distinguir entre las falsas modestias que se premian, y esas otras modestias verdaderas que sin apremio no esperan premio ninguno, pero que rinden cultivos, que no culto, a un muy recóndito galardón que lejos de parecerse a un sello, es quien da las órdenes no sólo a uno, sino a más de un corazón para levantar por la mañana con ilusión. Qué mejor título académico que ese…

Ese que no tiene necesidad de noticias de prensa o de aparecer en televisión, porque de entre todas las partes, siempre pesa más la parte que le recuerda el peso de la azada que se ha usado durante largas horas de diligente labor. Ese que hace evidente un modo de cooperar en el cual se aplican interdisciplinas de grupo de las que aún no hay registros en los libros de mercado y de la psicología, porque en realidad, siente que cada persona es una disciplina diferente y que día tras día está por descubrir.

Feliz día



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